Indie sleaze: la era de pretender

May 19, 2025
Indie sleaze: la era de pretender

 

“This is our decision, to live fast and die young. We've got the vision, now let's have some fun.” 
Extracto de la canción Time To Pretend” por MGMT

Indie Sleaze: Fenómeno cultural que mezcló hedonismo, estética DIY y un estilo de vida irónicamente cool, definiendo a una generación entre 2001 y 2011 a través de la música, la moda y la vida nocturna.

Mientras todo el mundo conoció a The Strokes un año después en MTV con Last Nite”, yo los escuché por primera vez en vivo en Arlenes Grocery, un venue del Lower East Side de Manhattan, a finales del 2000. Me colé con una identificación falsificada que consiguieron dos italianos amigos de mi mejor amigo de aquel entonces, quien también estaba conmigo esa noche. Estábamos ahí cuando, durante el solo de guitarra de una primitiva versión de New York City Cops”, Julian Casablancas me dio una patada en el ojo. Tuve que ver el resto del concierto con un solo ojo, algo vergonzoso que, irónicamente, me hizo ganar popularidad. Porque gracias a eso o por lástima, logré que me invitaran a una fiesta privada donde tocaba una banda llamada LCD Soundsystem.

Ahí, terminé inhalando cocaína con Agyness Deyn por primera vez en un baño de aquel apartamento, que luego descubrimos pertenecía a una de las editoras de Nylon Magazine. Ella terminó ofreciéndome trabajo como escritor, y así pasé diez años escribiendo para la revista. El nuevo siglo acababa de comenzar, pero el mío empezó esa noche, después del 9/11, cuando todos éramos jóvenes y solo queríamos vestirnos a la moda, acostarnos con modelos, escuchar las mejores bandas del mundo y drogarnos al ritmo de los mejores DJs. Tuviera fotos de aquella noche para presumir, pero perdí mi Cybershot.

Ahora se preguntarán: ¿cómo un salvadoreño como yo logró vivir una adolescencia así de perfecta? La respuesta es simple: no lo hice. Todo lo que les acabo de contar es mentira. Solo hay una verdad: sí fui escritor de Nylon Magazine y Club Fonograma, pero esa es otra historia. ¿Por qué me inventé todo esto? Porque, ¿para qué arruinar una buena historia con la verdad? Pero apuesto a que alguien sí vivió así. Alguien tuvo que haberlo hecho. ¿Cómo lo sé? Porque el Indie Sleaze, desde el 2001 hasta el 2011, fue exactamente eso: esa vida, esa noche, esa historia que a mí solo me tocó soñar. Aunque la música, esa sí la disfruté como si hubiera estado ahí… y no en una computadora de un cibercafé descargando discos en MP3. Les voy a contar la historia del Indie Sleaze, como yo la recuerdo y como yo también, durante años me la inventé para sentir que también la viví. 

El nuevo milenio no trajo autos voladores ni utopías digitales: trajo caos, ansiedad y una necesidad desesperada de autenticidad. En ese contexto, sin pedir permiso, comenzó a gestarse una escena desde el underground de ciudades como Nueva York, Londres, París, Ciudad de México y hasta Santiago de Chile. Lo llamaron muchas cosas. Nosotros lo conocimos como Indie Sleaze. No era un género. Era una actitud. Hedonismo con ojeras. La fiesta como protesta. Sudor, DIY, y una especie de glamour que venía más de una camisa de segunda mano que de una marca lujosa. La ropa de segunda mano no solo era una necesidad: se volvió el uniforme. Pantalones entubados, blazers con hombreras, lentejuelas, medias rotas, camisetas de bandas que no conocías, y todo combinado con la estética deliberadamente sucia de un after interminable.

La vida nocturna como forma de rebeldía, la estética de la suciedad, el hedonismo como religión. La fiesta era el ritual, las drogas la tentación, y la apariencia, el pase boleto de entrada. Como decían los MGMT, era a time to pretend.” Y mientras unos se despedían con delineador negro del emo que alguna vez fueron, otros daban la bienvenida al hipster: el que descubría bandas antes que nadie, mezclaba estilos sin preocuparse por el juicio ajeno, y hacía del desinterés una forma de militancia estética. 

Además, la cultura del remix se volvió central: DJs y productores tomaban guitarras rockeras y las convertían en himnos bailables. El mashup era rey. Desde Ed Banger hasta DFA Records, cualquier canción podía ser fiesta si le subías el BPM y le bajabas la vergüenza. Todo era sampleable, todo era combinable, todo podía ser llevado a la pista de baile.

Eran los días en que tenías que buscar. Donde la música llegaba en formato MP3 a través de links de Megaupload y blogs con tipografía Helvetica. Donde escribir un blog era como tener tu propio canal de radio personal. Una canción sonaba en automático al entrar a nuestros hi5 y MySpace, reposteábamos en Tumblr. Todos teníamos algo que decir. Y sí, todos teníamos un blog. Era curaduría, jamás algoritmo. Éramos coolhunters, jamás influencers. Lo digital era todo, iPod killed the CD stars!

Muchos no consideran a Latinoamérica como parte del Indie Sleaze, pero claro que tuvimos que ver. Desde este lado del mapa también estábamos sudando en pistas de baile oscuras, creando fanzines, subiendo tracks a MySpace y quemando CDs con portadas hechas en Paint. Yo formé parte de Club Fonograma, una trinchera digital desde la que defendimos e impulsamos ese indie que aquí también se vivía con la misma crudeza, estética DIY y desenfreno nocturno. No solo formamos parte de la ola: fuimos una extensión natural de ella, con acento, tropicalismo y distorsión propia.

El electroclash fue como una descarga eléctrica directo al corazón de la pista: frío, sexual, provocador. Nacido entre Berlín y Nueva York a principios de los 2000, mezclaba la actitud del punk con beats sintéticos ochenteros, todo envuelto en una estética retro-futurista y decadente. Artistas como Peaches, Fischerspooner, Miss Kittin o Tiga convirtieron el exceso, el glitter y la androginia en armas sónicas. No era música para gustar, era música para incomodar y sudar. El electroclash fue el soundtrack de una noche eterna, de baños sucios y luces estroboscópicas, y aunque duró poco, era la sangre que corría en las venas del Indie Sleaze.

En Nueva York, Is This It de The Strokes marcó el inicio oficial de esta nueva era. Su sonido crudo, actitud despreocupada y producción lo-fi encendieron una chispa que rápidamente se propagó por toda la ciudad, alimentando una escena vibrante y desordenada. Bandas como Yeah Yeah Yeahs, The Rapture e Interpol tomaron ese impulso y lo convirtieron en una explosión creativa donde el post-punk, el art rock y la noche se mezclaban sin pudor. Al mismo tiempo, el sello DFA Records, con James Murphy y Tim Goldsworthy al mando, canalizó esa misma energía desde la electrónica, fusionando punk y dance punk en un nuevo lenguaje sónico que encontró en LCD Soundsystem su corazón. Todo este caos glorioso fue capturado años después en el libro Meet Me In The Bathroom de Lizzy Goodman, una crónica oral que documenta cómo Nueva York volvió a ser, por un breve y brillante momento, el centro del mundo musical. Fue un tiempo donde todo parecía posible, siempre y cuando sucediera de noche y con el volumen al máximo.

 

Mientras tanto, en Francia, Daft Punk y el French Touch 2.0 convertían la electrónica en algo punk. Justice, con ese logo de metalero católico, hacía que bailar fuera casi un descubrimiento espiritual. Warp Records, Kitsuné, Ed Banger, Digitalism, Hot Chip, Simian Mobile Disco: nombres que leía en blogs, bajaba por Torrents o en leaks random compartidos en páginas de Blogger, y guardaba cada disco con devoción en mi disco duro portátil que alimentaba mi iPod Classic de 60 GB. 

En esa era post-Avanzada Regia, cuando el eco del rock de Café Tacvba o Caifanes ya empezaba a sentirse repetido, una nueva camada de bandas llegó para refrescar el sonido nacional. Porter, Zoé, Vaquero, Hello Seahorse!, Quiero Club, Furland, Los Dynamite, Austin TV… todos distintos entre sí, pero unidos por una misma energía: la de una generación que ya no quería cantar solo al drama y la tragedia, sino celebrar, bailar, flotar. Queríamos algo diferente. Queríamos perdernos en sintetizadores, bajos con groove, y guitarras con delay que nos llevaran más allá del mismo México de siempre.

Y más al sur, Chile aportaba su propio capítulo. Mientras el mundo miraba a Brooklyn, en Santiago florecía un pop electrónico elegante y bailable con artistas como Javiera Mena y Alex Anwandter. Letras cargadas de deseo y melancolía, sintetizadores retrofuturistas y una clara vocación por hacer de la pista de baile un lugar de liberación emocional. Al final, todos estaban buscando lo mismo: una excusa para seguir bailando, aunque todo se estuviera cayendo a pedazos.

 

En conclusión, hoy artistas liderados por Charli XCX, intentan resucitar el Indie Sleaze, pero aunque la música es buena y las fiestas son increíbles, se siente como una resaca que no se va. Como si estuviéramos nostálgicos de una época que acababa de pasar. Como si aún lleváramos brillantina en la cara, pero ya no supiéramos por qué la llevamos puesta. Porque el Indie Sleaze fue uno de esos fenómenos que nos recuerda que la música ha tenido el poder de transformar nuestra forma de ser, pensar y actuar desde siempre: desde la moda con la que nos vestimos hasta los sueños de lo que queríamos llegar a ser. Y aunque un fenómeno como Brat busque revivir esa época o al menos el culto alrededor de lo que significó, las generaciones cambian. Hoy vivimos bajo una corrección constante, una hipersensibilidad que responde a su contexto. Es cíclico. Una generación rebelde siempre viene seguida por una conservadora. Tal vez el Indie Sleaze sea para los niños del futuro. Para nosotros, fue la era perfecta en la que crecimos creyendo que la música no solo era banda sonora: era identidad. Le dimos tanta importancia que definió nuestras vidas.

Y no, nadie decía soy indie. El perdedor que decía ser indie, no había entendido nada. El Indie no era ni es un género, es una forma de distribuir música. Como una red subterránea que se movía de blog en blog, de link en link, de boca en boca en fiestas. Las marcas aún no habían colonizado del todo ese mundo, aunque American Apparel ya nos vestía a todos. Las celebridades eran modelos de pelo sucio y mirada perdida, rockstars que no querían ser famosos y DJs que pinchaban con una cerveza en la mano hasta el amanecer. Hoy, decir yo fui parte del estilo Indie Sleaze es reconocer que viviste una época que no sabías que era una época hasta que se terminó. No éramos cool porque queríamos serlo. Éramos cool porque no nos importaba. Éramos felices pretendiendo serlo.

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Columna escrita por Jeziel Jovel @sentimentalsandwich



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